Los gauchos de Manuelita Rosas

El viaje de los gauchos argentinos a Londres  y Buffalo Bill

Por Leonardo Castagnino

Eduardo Casey, uno de los dueños de campos más importantes de la zona, argentino, descendiente de irlandeses, poseedor de estancias en Venado Tuerto y en la provincia de Buenos Aires, era un apasionado de los caballos. Se comenta que llegó a tener 72.000 yeguarizos y llegó a ocupar cien domadores. Durante su estadía en Francia, concurrió a una de las presentaciones del circo norteamericano. Deslumbrado por el espectáculo felicito a Buffalo Bill y le manifestó que el espectáculo se beneficiaría con la participación de los domadores argentinos.

Algunas versiones aseguran que le dijo a Coody (Bufalo Bill), que nuestros gauchos eran “los mejores domadores de la tierra” y que Buffalo Bill le respondió:

“Si fuera posible… pero la distancia lo hace difícil”

El estanciero argentino se comprometió a enviarle por su cuenta una selección de los más destacados domadores de sus establecimientos rurales. Sumado a una numerosa tropilla de potros, también de los mejores. Corriendo los gastos de traslado por su cuenta y cargo.

Eduardo Casey, citó a su despacho a diez de sus mejores domadores:

Marciano Gorosito, de Melincué, Ismael Palacios de Currumalán, Zacarías Martínez de Chacabuco, Valentín Paz de Salto, Manuel Gigena, de Rojas, Juan Pacheco de Catriló, Celestino Pérez de Navarro, Bernabé Diaz de Chacabuco, Rosario Romero de Venado Tuerto y Abel Rodríguez de Rojas.

A las tres de la tarde de 1892, los diez domadores argentinos partían con destino a Londres en el vapor Magdalena. Con ellos iban doscientos potros criollos.

. Cuenta Ismael Palacios:

“Pieles rojas y cowboys ensayaban un simulacro en que la indiada asaltaba una diligencia para robar y arrancarle las mechas a los hombres caras pálidas”, como le decían a los cristianos. En eso estaban cuando aparecieron los cowboys, que comenzaron a perseguir a los herejes sin poder alcanzarlos. Nosotros olvidados que era puro teatro entramos a creerlos flojos. El loco de Marciano Gorosito, sin poder sujetarse les gritó: “Lo que es a nosotros no se nos iban a dir”

El desafío cayó como un cachetazo a Buffalo Bill. Enseguida ordenó que se repitiera el entrevero poniendo a los gauchos en lugar de los cowboys. Gorosito, eufórico con el desafío, repitió: “Se nos van a dir si son brujos”
Contaba Ismael Palacios:

“En cuanto los matreros quisieron juirse, atropellamos… Gorosito no pudo aguantarse y entre el tierrerío de la disparada le largó las boleadoras al cabecilla, un indio de nariz ganchuda y muchas plumas de colores en la cabeza. El pobre hereje cayo del animal mordiendo tierra de lo feo. Lo malo fue que dos o tres de los que seguían se encimaron en una rodada como nunca ví igual. Ahí terminó la persecución. ¡Lástima que la bola largada por Gorosito fue a golpear en medio de las costillas del pobre piel roja!

Para promocionar el espectáculo de su circo, Bill solía desfilar por Londres con todo el elenco, llevando a un potro conducido por un norteamericano. Llegados al puente Westminster, el animal se espantó, cortó el bozal y disparó. Un policía intentó detenerlo al otro lado del puente. El caballo lo pasó por arriba y lo mató.

Zacarías Martínez, uno de los gauchos, se largó a galope tendido, con riesgo de su vida, a las tres cuadras enlazó el animal y lo trajo de nuevo de donde partió. Al día siguiente del accidente los gauchos fueron noticia en la primera plana del periodismo inglés, en The Times de Londres.

La Reina Victoria quiso conocerlos y los recibió en los jardines del Castillo de Windsor. Los saludó personalmente a cada uno , en especial a Zacarías Martínez héroe de la jornada.


El encuentro emocionante con Manuelita

Manuelita Rosas, enterada que sus gauchos andaban por Inglaterra, quiso conocerlos.

Comenta Ismael Palacios: Al llegar a su casa apareció la Manuelita. Vestía de luto y tenía una cara pálida de pena. Los bucles del pelo plateaban desparramados sobre un jorobita que en la espalda le habían alzao los años. Y ahora en mayo iba a cumplir 75 años. No bien nos vió se quedó mirándonos como si hubiera querido reconocernos. Tenía lágrimas en los ojos y quería, reírse, quería hablarnos y los labios se le llenaban de muecas. Cuando su desconsuelo no pudo más, se nos abrazó fuerte mientras nos decía:

¡¡¡Mis gauchos!!!…¡¡¡ Mis gauchos!!

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